Todos podemos sentir como el ambiente en el que estemos impacta en nuestra productividad. Por ejemplo, como una temperatura muy elevada podemos percibir como se interrumpe nuestra concentración. Pero este no es el único aspecto del aire que puede impactar en nuestro rendimiento, también lo hacen: los niveles de humedad y CO2 en la oficina en la que estemos. Un alto valor de estos hace que nos concentremos menos y nuestras decisiones terminen siendo de peor calidad.

Para lograr entender bien este fenómeno, es necesario saber cómo comenzó todo esto…

¿Cuándo empezó este problema?

El fenómeno aparece durante los años 1970s con la crisis energética, que llevó a casi todas las sociedades a ser más conservadoras en el uso de la energía, lo que terminó desencadenando en inversiones para sellar los edificios y evitar así fugas de aire caliente en invierno y frío en verano. La potencia de los aires acondicionados también se redujo para disminuir el valor de las tarifas por el servicio energético.

Si bien en ese entonces se solucionó un problema, se creó uno nuevo: una concentración de toxinas dentro de los espacios de trabajo y una disminución en la productividad de las personas que continuó hasta el día de hoy.